Lo reconozco, el último artículo publicado por nuestra compañera Irene tocó mi fibra sociológica. Más aún tratándose de una cuestión tan interesante como la comunicación en el aula. Suscribo todo el artículo y aplaudo todas las cuestiones abordadas y la gran capacidad de síntesis de un tema tan extremadamente complejo.
Precisamente por su complejidad, me gustaría introducir algunos elementos que me parecen relevantes para enfocar un debate que siempre va a ser necesario, pues la educación debería estar tan viva como los cambios que se suceden en el mundo. Estos tres elementos son: la violencia simbólica, el lenguaje y el etiquetamiento. Mucho cuidado en los tres puntos, porque todos ellos provienen de teorías de distintas corrientes de pensamiento (en las que creo con bastante firmeza, pero teorías, al fin y al cabo), de manera que el objetivo es poner estos tres elementos en primer plano para servir un debate profundo y, creo, enriquecedor.
La violencia simbólica en el aula
Explicaba Irene en su artículo que “muchas de las universidades actuales conservan la forma monástica, con un maestro al frente de la clase transmitiendo su conocimiento a alumnos y alumnas que escuchan sentados ordenadamente en bancos”.
Pierre Bourdieu utilizó el concepto de violencia simbólica para referirse a un tipo de violencia que no es física y que se ejerce de forma indirecta hacia unos dominados que no son conscientes (o no de una forma clara) y que están siendo sometidos. Este concepto, por supuesto, también se ha utilizado para referirse a la interacción que se produce en las aulas, en las que claramente hay un individuo (el profesor), que tiene un poder simbólico sobre los demás. Ya no solo se trata de la forma monástica de universidades y escuelas, sino de ocupar un lugar visiblemente predominante (muchas aulas tienen incluso una tarima para el profesor).
Es el profesor quien, al ejercer esta violencia, no es cuestionado, y todo su discurso se asume como una verdad absoluta, contribuyendo a la reproducción cultural (el proceso de reproducción de la cultura hegemónica) y a naturalizar y no poner en tela de juicio sus enseñanzas, ya sean técnicas, culturales o éticas. Por supuesto, a todos nos ha pasado no estar de acuerdo con el profesor en algo en concreto, pero no va de esto.
El lenguaje en la escuela
Bourdieu también identificaba el uso de esta violencia en el lenguaje mediante lo que él llamaba “el orden de las cosas”, es decir, todo aquello que puede o no decirse en un determinado grupo.
Pero el lenguaje no es solo aquello que se dice, sino que tiene impacto por su misma condición lingüística. Debo decir que siempre he creído hasta cierto punto en el determinismo lingüístico, sin ser un radical (quedan pocos), pero sí me parece una cuestión relevante.
Efectivamente, considero que la configuración de un idioma (gramática, ortografía, vocabulario, expresiones, etc.) estructura, diseña y limita, por lo menos hasta cierto punto, los pensamientos. Y esto siempre aplica para el/los idioma/s materno/s.
Pero aquí la pregunta es: ¿el lenguaje es un factor de reproducción de las desigualdades?
La teoría de los códigos sociolingüísticos de Basil Bernstein se ha aplicado ya al entorno escolar para analizar cómo algunos factores sociales impactan en el uso de la lengua de los alumnos y cómo afecta, a su vez, al rendimiento académico. Según esta teoría, existen dos tipos de códigos sociolingüísticos y están fuertemente relacionados con la división de clases:
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Restringido: el propio, según esta teoría, de los “grupos sociales de clase trabajadora” (aunque este concepto de clase trabajadora es obvio que ha quedado obsoleto). Se refiere a un lenguaje que depende totalmente del contexto en el que se produce, más elemental y que usa con mucha más frecuencia las frases cortas, simples y sin acabar.
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Elaborado: se ha utilizado para los llamados “grupos sociales de clase media”. En este caso, el discurso no depende tanto del contexto y tiene una mayor capacidad de abstracción, utiliza un mayor número de recursos lingüísticos y formas gramaticales.
Si damos por válida la existencia de estos dos códigos, ¿qué ocurre en la escuela? Pues que se produce una clara reproducción cultural, es decir, los alumnos de código restringido presentan mayores desventajas y, por tanto, las probabilidades de que se mantengan las diferencias de clase empiezan en la misma escuela, de forma que se convierte en una institución que ayuda a perpetuarlas.
El etiquetado de los alumnos
La teoría del etiquetado ha sido abanderada por parte de algunos pensadores como Ray Rist, quien analizó la forma en que las personas configuramos una identidad en función de las expectativas de los demás. Esta teoría también se ha trasladado al ámbito educativo, a mi parecer con acierto, para explorar cómo y en qué medida el alumnado responde a esas “etiquetas” recibidas por parte del resto de compañeros y profesores.
Es decir, que una persona calificada de “graciosa”, tendrá más probabilidades de desarrollar este tipo de identidad, de la misma forma que una persona “seria”, “trabajadora” o “gamberra”. Lo mismo puede ocurrir con las expectativas hacia el éxito o fracaso escolar de cada alumno, de forma que, según esta teoría, puede darse nuevamente un proceso de reproducción cultural.
Aquí el peligro está en todos aquellos prejuicios que pueda tener un profesor, por ejemplo: raza, sexo, clase social, rendimiento escolar anterior, etc. Incluso, cómo no, sus códigos sociolingüísticos, de manera que podemos relacionarlo desde esta perspectiva con el punto anterior.
El debate está servido
Creo que el debate educativo tiene dos ejes principales. En primer lugar, la necesidad de una adaptación constante del sistema educativo al sistema productivo, y en segundo lugar, a la justicia social. Este artículo pretende poner de manifiesto algunas consideraciones relativas a este segundo punto, todas ellas relacionadas con la comunicación y el lenguaje.
Si nos fijamos bien, los tres puntos tratados hacen referencia a qué se dice (los códigos sociolingüísticos), cómo se dice (la violencia simbólica) y quién lo dice (los alumnos y sus etiquetas). Por tanto, ¿hasta qué punto el lenguaje y la comunicación en el aula son claves? Para mí, sin duda, son factores fundamentales que tienen un fuerte impacto en el éxito o el fracaso escolar, pero el debate, como digo, está servido.